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Artículo de opinión: MÓNICA RAMOS TORO

La fecha del 23 de marzo puede pasar inadvertida para la mayoría de la sociedad pero desde 2018, el Gobierno la estableció como el Día Nacional de la Conciliación de la vida personal, familiar y laboral y la Corresponsabilidad en la asunción de Responsabilidades Familiares. El objetivo era fortalecer la estrategia de conciliación para contribuir a la consecución de la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. Falta un trecho largo y hay personas invisibilizadas cuando hablamos de conciliación.

A día de hoy, sabemos que la mayor carga de trabajo no remunerado que las mujeres asumimos -tareas domésticas y de cuidado- genera costes en nuestra autonomía económica, en nuestra salud, en la toma de decisiones, en el disfrute de nuestro tiempo de ocio y en el ejercicio pleno de nuestros derechos de ciudadanía. Sin embargo, en pocas ocasiones se pone de relieve que esto es algo que recorre todo nuestro curso vital generando inequidades de género en el ámbito laboral/económico, familiar y personal, que no desaparecen en la edad madura y en la vejez, sino que se mantienen, e incluso, se agudizan.

Falta investigación que profundice en esta realidad, pero los datos de los que disponemos son contundentes y evidencian que las mujeres mayores son una pieza clave en esa ecuación de la conciliación. Así se muestra en el Proyecto de Investigación “Mujer en el mercado de trabajo”, dirigido por María Luisa Molero, catedrática de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (2018-2022), Ser Mujer y Trabajo en el que UNATE y la Fundación PEM hemos participado y tenido la oportunidad de abordar la contribución de las mujeres mayores como agentes primordiales de conciliación y sostén del trabajo reproductivo de sus hogares y de sus familias extensas.

Por un lado, todavía en los hogares de las parejas de personas mayores el uso del tiempo sigue respondiendo a roles de género tradicionales, lo que se traduce en que las mujeres mayores asumen la mayor carga del trabajo doméstico y de cuidados en sus hogares, lo que condiciona la disponibilidad de su tiempo para sí mismas. Por otro lado, al menos hasta la edad de 80 años, siguen aportando más cuidados y apoyos familiares de los que reciben, de manera destaca en el cuidado de nietos/as y personas con algún grado de dependencia.

Esta realidad nos permite cuestionar el sesgo edadista que muestra a las mujeres mayores solo como receptoras de cuidados debido a su mayor esperanza de vida. De hecho, nos obliga a poner en valor su contribución al desarrollo socioeconómico y al bienestar familiar, tanto de sus hogares, como de sus familias extensas al convertirse en una pieza clave que facilita la conciliación de la vida laboral de hijos y, especialmente, de hijas. En el caso de los hombres, su aportación a esta prestación de cuidados se concentra entre los 30 y los 50 años, cuando se dedican mayoritariamente al cuidado de sus hijos/as. A partir de los 65 años, los hombres no aportan al trabajo reproductivo de manera equivalente a lo que hacen las mujeres de sus mismas generaciones.

Por eso reivindicamos esta contribución de las mujeres mayores que sostienen el mundo de los cuidados convirtiéndose en el sistema invisible de bienestar al que ni siquiera las políticas públicas reconocen como verdaderas agentes de promoción de igualdad y conciliación al haberse naturalizado sus roles y no estar en su foco de acción. También reclamamos que sus necesidades sean tenidas en cuenta, ya que esta dedicación se traduce en menos tiempo disponible para la realización de actividades de ocio y para su autonomía personal, lo que tiene consecuencias negativas sobre su calidad de vida. Un círculo vicioso en el que se observa cómo el desempeño de estas tareas, y seguir siendo “seres-para-otros”, termina pasando factura en la salud de las mujeres mayores cuando deberían estar centradas en un
envejecimiento con sentido y valor para sí mismas.

Es hora ya de que las políticas de igualdad incorporen en su agenda a las mujeres mayores y que las políticas de mayores incorporen una mirada feminista, su demora evidencia el edadismo y machismo que sigue impregnando nuestra sociedad y nuestras instituciones públicas. De hecho, en este 23 de marzo, nos atrevemos a afirmar que sin visibilizar la contribución que aportan las mujeres mayores, la conciliación es una quimera o un discurso vacío de realidad.

 

Mónica Ramos Toro es geroantropóloga feminista. Coordinadora técnica de UNATE-La Universidad Permanente y Fundación Patronato Europeo de Mayores (PEM).