Buenos Aires (Argentina), 31 de marzo de 2016. Por Julio César Bac. Escribo esta nota con alegría y optimismo porque me permite hablar de un tema que tiene estrecha relación con los años que estoy viviendo y que muchos otros estarán experimentando también. He cumplido 95 años y me encuentro activo aun dentro de las limitaciones que impone la vejez.
Realizo salidas diarias por la mañana, dedicadas al gimnasio, y caminatas que sirven también para realizar alguna visita, hacer gestiones o compras… o dirigirme al café del ACA para reunirme con amigos frente a un café, costumbre que mantengo desde hace más de 35 años. El grupo se ha ido renovando periódicamente por “la partida” de varios de ellos que llevó a la incorporación de otros; sólo quedamos dos “fundadores”. En esos encuentros lo pasamos muy bien y cultivamos una buena amistad.
Creo que cuando se comienza a envejecer es conveniente hacerlo rodeado de amigos más jóvenes porque aportan nuevas ideas, lo que evita caer en temas como enfermedades o problemas domésticos. Es preferible escuchar anécdotas que provocan risa y que se asocian con buenos recuerdos de un pasado lleno de experiencias de una vida productiva.
Es fundamental a nuestra edad salir todos los días aunque ya no se tengan obligaciones puntuales. No ser cargoso con la familia, saber escuchar y tolerar el comportamiento de los jóvenes y niños; en momentos que pudieran suscitar algún conflicto, retirarse discretamente. Tengo seis bisnietos y esta conducta me da buenos resultados.
Las tardes las dedico a participar de reuniones, alguna conferencia, colaborar con instituciones de bien público y a jugar al “tute chancho” o al truco con mis amigos del Golf Club Andino, donde algunos fines de semana todavía juego algunos “hoyitos”. Luego la infaltable “picadita” regada con buen tinto. Mi propósito es evitar la soledad porque es mala consejera; lleva a la depresión con el consiguiente deterioro de la salud. Busco tener fe, ser optimista y disfrutar de la vida con buena lectura. Como me gusta escribir, aprovecho para plasmar vivencias del pasado en relación con las sorpresas que presenta la vida actual, con todas sus innovaciones.
Aunque la relación familiar con los abuelos supuestamente debe ser muy respetuosa y responsable, se dan casos de familias que no han entendido que el anciano, después de haber cumplido su delicada misión de padre, ofreciendo la mejor educación y crianza, ahora como abuelo tiene la misión de ayudar a criar a sus nietos; es cuando los hijos, propios y políticos, deben brindar cariño en todo momento y no ponerlo en situación incómoda porque a veces no los entiende o se permite “mañosear” a los nietos cuando los está cuidando y entreteniendo, tarea que nadie hace mejor que él, especialmente cuando los padres -por trabajo o compromisos sociales- faltan muchas horas del hogar.
Entonces no es justo que luego de muchas horas de ausencia, se arroguen el derecho de observar a “los viejos” o ponerles una cara desagradable porque los niños han hecho alguna travesura.
Son muchos los casos en que los abuelos viven solos, en el hogar donde nacieron y se criaron sus hijos, y frecuentemente muchos hijos y sus familias se olvidan de visitarlos y darles la satisfacción de poder ver a sus nietos, porque siempre están faltos de tiempo a causa de sus actividades. Así las visitas se hacen más espaciadas cuando los viejos tienen algún problema de salud o desaparece alguno de los dos y comienzan los problemas entre hijos y familiares.
Lamentablemente terminan por acordar internarlos en un geriátrico donde no siempre asumen el compromiso de visitarlos; no reflexionan en que es el momento en que los abuelos necesitan más amor, apoyo y compañía, lo que no viene incluido en “la cuota” que pagan para que los cuiden. El cariño de hijos y nietos no se remplaza ni con el mejor servicio.
Sobre el tema, nuestro querido Papa Francisco hace más de dos años hizo la siguiente advertencia: “A los ancianos no hay que exiliarlos porque son un tesoro de bienes para la humanidad”.
Un estudio realizado el año pasado por una ONG dio como resultado que existe una nueva generación de adultos mayores que siguen en plena actividad aún después de jubilarse ya que las empresas en que se desempeñaban los contratan para continuar prestando servicios como consejeros y consultores, otros dando clases sobre el tema que dominan, o toman algún trabajo por horas o medio día por cuanto también es una ayuda económica al presupuesto familiar. Lo importante es no acomplejarse creyendo que al jubilarse se ha pasado a la categoría de viejo. Hay quienes gustan de estudiar o de aprender algún oficio.
El Censo Nacional de 2010 registró que en la Argentina hay 129.778 personas de más de 90 años; 3.487 de ellos han cumplido cien años. Se puntualiza que este grupo creciente adquiere un exigente desafío político, social y sanitario porque no hay que olvidar que en estos grupos de ancianos la pobreza tiene un impacto muy importante. Cada edad tiene su valor.
Ancianos y jóvenes aportan su apoyo; los primeros, su sabiduría, y los jóvenes, su presente y futuro, lo que hace más fácil que la convivencia sea posible siempre y cuando hijos, nietos y demás familiares traten con respecto, amor y paciencia a sus mayores teniendo presente que, por su avanzada edad, les cuesta más entender los cambios de la vida actual, agitada y no siempre ordenada, con tendencia al materialismo.
Recuerdo una conversación con una pareja de ancianos en Buenos Aires, quienes expresaron que “cuando éramos jóvenes no encajábamos en ciertas reuniones precisamente por eso, y ahora, en los tiempos modernos, no encajamos por ser viejos”.
Deseo que el contenido de esta nota sirva como referencia (no como modelo de mi vida) para dar a conocer que un nonagenario puede tener una vida óptima practicando ejercicios disciplinadamente, adoptando una dieta saludable y confiando en la medicina preventiva.
Muchos me preguntan cómo he podido llegar así a esta edad y yo les contesto que con las normas antedichas, todo ello sumado a mi fe y mis ganas de vivir.
Fuente: Los Andes