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Esta semana está llena de referencias a la violencia contra las mujeres. Como cada 25 de noviembre, se aprovecha el Día Internacional por la eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres para visibilizar uno de los síntomas más sangrantes de un modelo social que, en general, sitúa a las mujeres en un papel secundario y cosifica a muchas de ellas.

Pero en materia de invisibilidades siempre hay grados y si es necesario sacar a la luz en toda su crudeza la violencia de género parece de extrema urgencia hablar de la violencia contra las mujeres mayores.

Hay poca información y esa es una prueba de esa invisibilidad. El único informe reciente sobre violencia contra mujeres mayores (Descargar estudio) data de 2019 y es de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género y tienen un sesgo porque se basa en aquellas mujeres que sufren violencia y que llaman al teléfono de atención 900 22 22 92, que gestiona Cruz Roja. Pero sus datos son demoledores. Un 40% de estas mujeres mayores llevaba 40 años sufriendo violencia de género y un 27% acumulaba entre 20 y 30 años de hechos violentos. La inmensa mayoría de esas violencias eran ejercidas por sus parejas e incluían mucha violencia física, siempre violencia psicológica y un alto grado de violencia sexual (un 56% de estas mujeres reconocía haber tenido relaciones sexuales contra su voluntad y un 30% se había visto obligada a realizar prácticas sexuales que le resultaban denigrantes o humillantes). El resultado es que más de la mitad de estas mujeres mayores (con una edad media de 69 años) vive con miedo constante y aguantan porque tienen una precaria situación económica y un alto grado de presión familiar y social.

Jesús Goyenechea, experto en violencia contra mujeres mayores de la UNAF (Unión de Asociaciones Familiares), ha conversado con UNATE, en el espacio Palabras Mayores, y ha explicado con claridad cómo las generaciones de mujeres mayores que sufren violencia necesitan procesar una realidad que ha estado naturalizada y que han vivido como “normal”. Es la “indefensión aprendida”, la resignación ante algo que a veces parece “tatuado” en los huesos: que eso nos ha tocado y que no hay nada que hacer y menos a edades avanzadas. “Hay que acompañarlas en un proceso que no es fácil”. Reconocerse como persona que sufre violencia, gestionar una lógica perversa de los cuidados (“algunas llegan a pensar que cuidar a sus hijos pasa por aguantar el maltrato y no romper la familia”), y enfrentarse a un sistema de protección que no tienen en cuenta a las mujeres mayores son algunos de los retos complejos que asumen estas mujeres. Goyenechea explicaba cómo no hay espacios de acogida específicos para estas mujeres, cómo no hay un trato diferencial y cómo se homogeneiza unas realidades y a un colectivo que es tremendamente diverso.

La violencia contra las mujeres mayores, además, se perpetúa y la realidad suele empujar a la revictimización de la persona: por ejemplo cuando debe cuidar en la vejez al maltratador, o cuando es cuidada por aquel que la maltrató, o cuando denuncia y el resultado es que el Estado la lleva a una residencia de ancianos y ‘premia’ a su maltratador permitiendo que siga en su hogar y en su contexto. A todas estas realidades se suma el maltrato en sus diferentes formas, que suele traducirse en el abuso económico y la infantilización de las mujeres mayores.

Los caminos para abordar estas situaciones pasan por un enfoque de trabajo de “curso de la vida” en que se entienda la biografía de la mujer y no se presionen cambios “más deseados por el técnico que por la mujer y que la puede dejar ‘desnuda’ simbólicamente”, por una visibilización pública y la formación del personal técnico para que aprenda a abordar un fenómeno que es muy diferente al de la violencia sobre mujeres más jóvenes, por tener en cuenta la vulnerabilidad económica de muchas de estas mujeres y por tener en cuenta, en regiones como Cantabria, las especificidades de las mujeres que sufren violencia en el entorno rural.

UNATE, junto a la Fundación Patronato Europeo de Mayores (PEM), trabajan en el enfoque diferencial del envejecimiento de las mujeres e incorporan a su trabajo cotidiano estrategias para acompañar a las mujeres en los procesos para afrontar fenómenos como la violencia, la soledad o la vulnerabilidad.