Modesto Chato de los Bueys*
El año 2020 ha sido de aprendizajes. Algunos positivos –la capacidad de resistencia, el apoyo mutuo…-, pero muchos otros –los que tienen que ver con las personas mayores-, negativos y dolorosos. La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 ha mostrado no sólo los fallos del sistema de prevención y cuidados de las personas mayores, sino que, además, ha desnudado a una sociedad enferma de indolencia y que, en su mayoría, da por amortizadas las vidas de un par de generaciones que son las que han construido nuestro presente y las que podrían ayudarnos a salir del atolladero.
Con el inicio del año 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) da por inaugurada la Década del Envejecimiento Saludable, una iniciativa prevista antes de la pandemia y que, por suerte, se ha mantenido: aunque su inicio haya pasado inadvertido para la opinión pública. La Década es de extrema importancia porque, como recuerda la OMS, en 2019 la población mundial de 60 años o más era de un poco más de mil millones de personas, lo que representa el 13,5% de la población mundial de 7.800 millones (la población de mayores se ha multiplicado por 2,5 desde 1980 y se prevé que alcance casi los 2.100 millones en 2050).
En Cantabria, en los próximos 15 años vamos a ver aumentar el porcentaje de personas mayores de 65 años del 22% actual al 26,5%, según el Instituto Nacional de Estadística. Eso significa que unas 146.000 habitantes de la región serán personas mayores.
Lo que muchos ven como un problema (¡el invierno demográfico!), otros lo vemos como una realidad (longevidad generalizada), como una constatación de un éxito colectivo (una esperanza de calidad de vida cada vez mayor) y como una oportunidad (sabiduría y experiencia a disposición de toda la sociedad).
Por eso, creemos que hay que apostar por la Década del Envejecimiento Saludable y que instituciones públicas y entidades privadas debemos empujar en las cuatro áreas de acción que la OMS ha demarcado: un profundo cambio la forma en que pensamos, sentimos y actuamos frente a la edad y el envejecimiento; garantías para que las comunidades fomenten las capacidades de las personas mayores; una atención integral centrada en la persona y servicios de salud primaria que respondan a las necesidades de las personas mayores, y acceso a cuidados de larga duración para las personas mayores que los necesitan.
En nuestro caso, y vivido lo que estamos viendo con la pandemia, creemos que hay tareas urgentes. Desde luego se requiere una campaña intensa de lucha contra el edadismo y para lograr el cese de la estigmatización de las personas mayores, como si sólo hubiera un perfil achacoso, dependiente, una carga para la sociedad. Pero hay mucho más que hacer. Debemos plantearnos la inclusión de una asignatura sobre el proceso de envejecimiento a lo largo de toda la vida en el sistema escolar, abrir espacios de participación reales para que las personas mayores incidan en todas aquellas políticas que les afectan, generar espacios para compartir conocimientos y experiencias de forma intrageneracional e intergeneracional, invertir en un modelo de atención primaria cercano, empático y gradual, articular –de alguna manera- las residencias de mayores en el sistema de salud, agilizar los trámites referidos a la ley de dependencia y fiscalizar que los recursos se utilicen en beneficio real de las personas mayores…
Estos son algunos de los aspectos a tener en cuenta, pero lo que se haga debe formar parte de una estrategia integral para/sobre las personas mayores que, desde un enfoque de derechos humanos, las considere y trate como sujetos de derechos, y no como objetos de beneficencia o, exclusivamente, como demandantes de servicios sociales. Las personas mayores son una inversión, no un gasto. Cada año, ahorramos a la economía nacional miles de millones de euros en el cuidado de otras personas mayores, en la atención a nietos y nietas, en trabajo voluntario y en tareas relacionadas con el tejido asociativo. La participación de las personas mayores, aunque esté desincentivada al extremo, es significativa y provoca cambios positivos en nuestra sociedad. No verlo, es apostar a una región a un país sin memoria, sin futuro y sin esa capacidad fundamental que es el agradecimiento y el respeto intergeneracional.
No volvamos a fallar a las personas mayores, aprendamos algo de esta terrible pandemia y demos un paso adelante definitivo para recobrar el equilibrio y el respeto entre generaciones que nunca debimos perder como brújula.
*Presidente de UNATE, La Universidad Permanente, y de la Fundación Patronato Europeo del Mayor (PEM)