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Por Francisco Gómez Nadal. Coordinador general de UNATE

(Intervención inicial en la mesa redonda ‘Arquitectura, urbanismo y soledad’ convocada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria, COACAN, dentro de la semana de la Arquitectura*)

 

El gran escritor Antonio Tabucchi escribió hace ya mucho tiempo que habíamos vivido la conversión de las ciudades-teatro, aquellas en que cada uno y cada una tenía un papel, aunque fuera de figurante, a las ciudades-cine, en la que sólo somos espectadores. Zygmunt Bauman hablaba del ‘paseante’ (en contraste con el libertino flaneur de Benjamin) como metáfora de nuestro tiempo: esa persona que está en la multitud pero sin formar parte de ella, que comparte el espacio físico pero sin interactuar con el «Otro», deslizándose suavemente en lapsos temporales fragmentados que transcurren en lugares desterritorializados.

Somos paseantes –en el sentido baumaniano de la palabra- en nuestras propias ciudades. Poco tenemos que decir los ciudadanos y las ciudadanas en el diseño de nuestras ciudades, en su urbanismo, en sus dinámicas. Paseamos, sí, pero en realidad deambulamos sin relación con la multitud. O puesto en palabras del ensayista Antonio Orihuela: “Las calles se despejan y todas las actividades, progresivamente, se van concentrando en el hogar. El objetivo de la ciudad contemporánea no es destruir la calle, sino destruir la multitud”. Hace demasiado tiempo que delegamos nuestra voluntad en el voto y nuestras experiencias en los técnicos. Debería ser diferente, pero no lo es. Deberíamos tener algo que decir y mucho que incidir sobre cómo son los espacios privados y comunes que habitamos, pero no es así.

 

La soledad es un tema que se ha puesto de moda. Nos dicen que es la ‘pandemia’ del siglo XXI, hay proyectos y programas centrados, básicamente, en las personas mayores, y desde una óptica dramática, cargada de decadencia y dolor. Sin embargo, las que llevamos más de 40 años trabajando con personas mayores, sabemos que la soledad tiene muchos matices, que hay muchas y diversas ‘soledades’, y muchas y diversas miradas sobre estas. Desde UNATE, queremos señalar algunos:

  • Vivir solos / sentirnos solos: se nos repiten una y otra vez las estadísticas de personas que viven solas, pero hacer una correlación entre ese dato y la soledad no deseada es una operación maniquea y tramposa.
  • Soledad deseada / soledad no deseada: no es lo mismo. Hay una soledad buscada, necesaria, que constatamos especialmente en muchas mujeres mayores.
  • Soledad / aislamiento social. Vivimos en una sociedad que aísla y que, por lo tanto, nos sitúa en un alto riesgo de sufrir soledad no deseada. Pero el aislamiento social también tienen que ver con la falta de servicios de proximidad, con la accesibilidad de las viviendas, con el diseño parcelado de la realidad.
  • Soledad patologizada o soledad como parte de la vida: Tendemos a patologizar todo, a convertir en enfermedad lo que es una realidad sociológica. Es cierto que la soledad no deseada puede estar en el origen de ciertas patologías, pero no toda soledad es enfermiza. Cuando se trata como enfermedad toda la soledad no deseada de la vejez, constatamos un rasgo más de edadismo, esa terrible mirada sobre las personas mayores que nos convierte en cuerpos y mentes ‘enfermas’. De hecho, hay situaciones de soledad no deseada asociadas a la edad (muerte de las redes de amistad cercanas, cambios en el entorno, desconexión de una realidad cambiante…) que no tienen solución, sino que requieren de aceptación y de gestión emocional.
  • Soledad como el origen de un problema de salud pública o como consecuencia de otros vectores. La soledad no deseada no es el problema, sino el síntoma de problemas sociales bastante más profundos y complejos que no atañen sólo a las personas mayores, como vamos a ver más adelante.

La soledad no deseada no es un asunto de personas mayores. De hecho, los índices de soledad se duplican en las personas jóvenes.

Lo que sí sabemos es que el urbanismo y la arquitectura inciden de forma directa en las formas de relacionarnos y la soledad no deseada, que es la que nos debe preocupar, es fruto de la falta de relaciones sociales de calidad que NO se producen en espacios relacionales pensados para ese ‘paseante’ no para el ser humano que se detiene, se ‘contamina’ del otro, se interrelaciona .

Algunos matices más. Se tiende a pensar que la soledad no deseada es un asunto, fundamentalmente de viejos y viejas. No es así. El estudio de la Cátedra José María Martín Patino de la Universidad de Comillas de 2020 nos recuerda que quienes más solos se sienten son los y las jóvenes (21%), que el siguiente tramo etario en el que la edad es más intensa es el de 30 a 60 años y entre las personas de más de 60 años la incidencia es del 14,7%.

La soledad no deseada de jóvenes comparte el contexto urbano hostil con la soledad no deseada de las mayores, pero hay elementos diferenciales. Las personas mayores que viven en soledad no deseada lo hacen como consecuencia de las pérdidas (de familia, de relaciones, de salud) y de mala calidad de las relaciones sociales que tenían, principalmente en el caso de muchas mujeres cuyo tejido relacional se ha circunscrito a la familia y a los cuidados. Pero, cuando nos referimos a las personas mayores, constatamos la alta incidencia de elementos de contexto: las condiciones de su vivienda, sus recursos económicos, el acceso a la formación durante la vida… Pongámoslo así: cuando las piernas nos flaquean y ya no podemos ser paseantes, la soledad no deseada es casi una condena sin escapatoria; cuando en una ciudad hasta la visita a un baño está monetarizada, las personas mayores con pensiones mínimas son confinadas a su hogar; cuando relacionarse pierde sentido, la soledad no deseada tiene largo recorrido.

No me voy a extender mucho más. Pero sí quiero terminar hablando de esa interrelación entre urbanismo, arquitectura y soledad (no deseada) en las personas mayores. Diseñamos, como escribía Orihuela, ciudades que vacían de multitud las calles y en las que sólo salimos con objetivos productivos, en el peor sentido de la palabra.

En el tiempo de la disposición cinética, quedarse quieto, ‘perder el tiempo’, observar, está penalizado. Los espacios de interacción en nuestras ciudades son pocos y están compartimentados desde una lógica adultocéntrica: espacios para niños y niñas, y si acaso bancos para personas mayores que “pierden o agotan el tiempo”, y todo lo demás es zona de paso para los adultos productivos. Vivimos en ciudades y pueblos en los que llueve pero con un alto déficit de espacios cubiertos, habitamos ciudades sin baños públicos, sin espacios intergeneracionales. Vivimos en ciudades con residencias para mayores construidas desde lógicas industriales, no humanas; residimos en edificios sin espacios comunes de relación de vecinas y vecinos; visitamos edificios públicos de dimensiones y frialdad bíblicas; nos trasladamos a zonas residenciales llenas de verjas y sin lugares de interacción….

La arquitectura y el urbanismo que sufrimos no es culpa de arquitectos o de especialistas en urbanismo: es sólo el reflejo de un modelo de sociedad que fomenta el consumismo y el productivismo y que nos encierra en la vivienda, con la peligrosa ficción de que el mundo digital y las pantallas nos pueden solucionar todo. La soledad no deseada es la consecuencia directa de este modelo que ha acabado con el tejido comunitario, con la idea de vecindad, con la filosofía del compartir o de la corresponsabilidad.

La buena noticia es que los cambios atrevidos en materia de urbanismo y arquitectura sí pueden empujar otros cambios en el modelo. Tenemos ejemplos de ello pero siguen siendo casos aislados. Premiamos el esfuerzo por romper la dinámica pero aún no hemos conseguido crear comunidades urbanas donde la escala humana, la participación y la experiencia pesen más que los criterios economicistas, meramente estéticos o políticos. Necesitamos una alianza de actores, públicos, privados y del tercer sector, para empujar políticas públicas de transformación de los ámbitos urbanos que pongan en el centro a las personas y a las relaciones, unas políticas que formen parte de una ética de los cuidados. Más que ciudades amigables con las personas mayores, necesitamos ciudades amigables con las personas, ciudades cuidadoras y relacionales.

Tenemos trabajo.

 

*La mesa redonda convocada por COACAN estuvo conformada por Francisco Gómez Nadal, Matilde Fernández (presidenta de la Asociación Contra la Soledad), Paz Martín Rodríguez (Fundación arquitectura y Sociedad) y Natxo Tejerina, fue moderada por Moisés Castro Oporto, decano del COACAN.