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Desde 1981, los movimientos de mujeres de América Latina y el Caribe institucionalizaron esta fecha para denunciar las diversas formas de violencia ejercidas contra las mujeres. Se escogió este día en memoria de tres luchadoras sociales dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Miraval, asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por la dictadura de Leonidas Trujillo.

En 1993, en la II Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena, la violencia contra las mujeres se considera por primera vez como una violación de derechos humanos; uno de los logros más importantes que consiguen los movimientos de mujeres en todo el mundo. Y en 1995, en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing, los gobiernos se comprometieron a condenar la violencia contra las mujeres y a abstenerse de invocar ninguna costumbre, tradición o consideración religiosa para eludir su obligación de eliminarla.

Según la Declaración de las Naciones Unidas, la violencia contra las mujeres incluye “todo acto de violencia por razón de género que produce, o que puede generar, daño físico, sexual o psicológico o sufrimiento a las mujeres, incluidas las amenazas de tales actos, la coerción o las privaciones arbitrarias de la libertad, independientemente de si ocurren en instancias de la vida pública o privada” (Naciones Unidas, 1994). Es un hecho reconocido que la violencia contra las mujeres es endémica en países de todo el mundo, sin distinción de clase, etnia, edad, religión, etcétera. Asimismo, por sus cifras alarmantes y las graves secuelas que provoca en las mujeres, constituye un problema de salud pública que merece una atención prioritaria y especializada por parte de las instituciones públicas y de las ong’s, pero también por la sociedad en su conjunto.

Partimos de la base de que la violencia contra las mujeres se produce en una sociedad machista y androcéntrica en la que existen desigualdades estructurales entre hombres y mujeres, y es una manifestación cultural de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, por lo que el principal factor de riesgo para padecer este tipo de violencia es el mero hecho de ser mujer. Desde UNATE y PEM, queremos poner el foco en la violencia contra las mujeres mayores, porque si a todo lo señalado añadimos que vivimos en sociedades edadistas que discriminan a las personas por el hecho de ser mayores, las mujeres mayores se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad ante este tipo de violencia -al igual que otras mujeres que sufren otros tipos de discriminación: por discapacidad, ser inmigrante o vivir en un entorno rural-. Esto hace que sea un maltrato más invisible y silencioso para el conjunto de la sociedad y las administraciones públicas.

Si nos centramos en la violencia machista ejercida por la pareja/expareja contra mujeres mayores hay una serie de factores que las invisibilizan y que contribuyen a que, para las mujeres mayores, sea mucho más complejo salir de estas relaciones de violencia. Destacamos las más relevantes.

Factores externos:

  • Faltan estudios cuantitativos de incidencia y/o prevalencia, pero también cualitativos que sirvan para conocer su dimensión real. Sobre todo en mujeres que superan los 80 años.
  • La infrarrepresentación de las mujeres mayores en los indicadores objetivos que miden la violencia machista, al ser las que menos denuncian, menos solicitan órdenes de alejamiento y protección, menos llaman a los teléfonos de ayuda o son en menor medida asesinadas por sus parejas/exparejas.
  • La falta formación de las/los profesionales en violencia machista y edadismo.
  • A menudo hay profesionales que relacionan lesiones y comportamientos con el envejecimiento cuando tratan con mujeres mayores, mientras que lo asocian fácilmente a la violencia machista cuando tratan con mujeres más jóvenes.
  • La pervivencia de estereotipos, como el que asocia ser mujer víctima de violencia machista con ser joven o de mediana edad y con hijos/hijas.
  • A menudo hay profesionales que confunden la violencia ejercida por el cuidador cuando éste es el marido/pareja, asociándola erróneamente al estrés del cuidador, en lugar de identificarla como violencia machista.
  • La escasez de servicios, prestaciones, medidas específicas dirigidas a las mujeres mayores para que puedan salir de relaciones de violencia.
  • La escasez de campañas de sensibilización y publicitarias que utilicen imágenes o historias de mujeres mayores como posibles víctimas de violencia de género.

Factores relacionados con la socialización de género de las mujeres mayores:

  • Su socialización en roles rígidos de género y en una clara división sexual del trabajo (mujeres: amas de casa / hombres: proveedores económicos).
  • La aceptación de los imperativos culturales y religiosos sobre lo que significa e implica el matrimonio como “algo para toda la vida”.
  • La naturalización de la dominación del hombre en la relación de pareja, lo que distorsiona el umbral de tolerancia a la violencia, convirtiéndolo en lo “normal”.
  • El entorno familiar naturaliza la violencia y puede suponer una barrera para la salida de la relación de maltrato.
  • Mayor presión del entorno familiar para ser la cuidadora del marido si está en situación de dependencia, aunque siga sufriendo malos tratos.
  • Su elevada dependencia económica con respecto a sus maridos/parejas.
  • Unas historias de malos tratos que se extienden durante décadas y que les lleva a desarrollar sentimientos de vergüenza, miedo a sentirse juzgadas o culpabilidad.
  • El aislamiento al que han sido sometidas por sus maridos, reduce su red de apoyo.
  • La indefensión aprendida, según la cual, hagan lo que hagan no va a cambiar nada.
  • La prevalencia de la violencia psicológica, de más baja intensidad frente a otros tipos de violencia, hace que permanezca más oculta para las propias mujeres mayores.

Todos estos factores contribuyen a una falta de auto-reconocimiento de las mujeres mayores como víctimas de violencia machista, lo que dificulta que pidan ayuda, se separen o denuncien. Y también contribuyen a que los/as profesionales, personas cercanas y la sociedad en su conjunto sigan sin prestar la suficiente atención a esta grave problemática cuando se refiere a las relaciones de pareja en la vejez.

Sin embargo, también sabemos que se han conseguido algunos avances que debemos consolidar. Desde 2015, se están dando los pasos necesarios para visibilizar y atender las violencias que se ejercen contra las mujeres mayores, tanto por parte de algunas administraciones públicas, como desde entidades que trabajan en igualdad y con personas mayores.

Desde UNATE-PEM en 2021 centramos las III Jornadas sobre Mujer y Envejecimiento sobre “Violencia, Género e Invisibilidad”, y elaboramos una Guía sobre “El abordaje de las violencias ejercidas contra las mujeres mayores”.

En la actualidad, entre nuestras prioridades, llevamos a cabo acciones formativas y de difusión sobre esta problemática, pero también trabajamos en la detección y la intervención de las violencias ejercidas contra las mujeres mayores en colaboración con entidades de todo el territorio nacional.