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Las noticias son sólo el barniz de la realidad. Es cierto. Pero ese barniz suele ser sólo la primera capa de problemas estructurales mucho mayores.

Esta semana hemos conocido el caso de dos hermanos adultos mayores, de 74 y 70 años que han sido encontrados muertos en su hogar de Las Palmas de Gran Canaria. El más joven cuidaba del mayor, que tenía un alto grado de dependencia, y, al morir, el de 74 años quedó abandonado. Lo mismo ha ocurrido en Valladolid, donde este martes se encontró en su casa el cadáver de un agricultor jubilado de 85 años. En el último año, según las autoridades, se han registrado 17 casos en el último año de personas mayores que han muerto en soledad y nadie se dio cuenta. El cuerpo de Manuel Moll, de 84 años, desaparecido desde el sábado 6 de julio, apareció en el interior de un denso seto vegetal en una rotonda de Palma de Mallorca.

La soledad en las personas adultas mayores es un problema de salud pública, pero, ante todo, es el síntoma de una sociedad en la que el individualismo y la privacidad pesa más que las redes de apoyo o los cuidados mutuos.

De la radiografía estadística de España podemos saber que de los 8.764.204 personas con 65 o más años que hay en el país, un porcentaje cada vez mayor vive en soledad. De hecho, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) el 29,9% de las mujeres mayores de 65 y el 17,7% de viven solos en casa. En Cantabria, a 2018, de las algo más de 122.000 personas mayores de 65 años (el 21,1% del total), sabemos que 19.300 mujeres viven solas y que 9.000 hombres viven sin compañías. Es decir, un 23% del total viven solos. Sin embargo, el estudio ‘Soledad y riesgo de aislamiento social en las personas mayores’, realizado por La Caixa, señala que la “soledad emocional” es aún mayor y alcanza al 39,8% de las personas mayores de 65 años y al 48% de los mayores de 80 años.

Tal y como explicaba Marta Rodríguez Martín en Gerokomos, las personas que viven solas en sus domicilios manifiestan lo que se denomina soledad objetiva “y no siempre implica una vivencia desagradable para el individuo, ya que puede ser una experiencia buscada y enriquecedora, aunque la mayoría de estas personas, según los resultados, se ha visto obligada a ello. La soledad subjetiva, por otra parte, la padecen las personas que se sienten solas. Es un sentimiento doloroso y temido por un gran número de personas mayores, nunca es una situación buscada”.

La soledad física y emocional es síntoma de muchas estructuras ‘defectuosas’ de nuestra sociedad. Prender la alarma es necesario para comenzar a retejer relaciones y ara activar las redes de cuidados y acompañamiento que todas y todos necesitamos.